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Una casa que tiene alas y en la noche canta
Existe en México un jardín oculto entre la frondosa selva de la Sierra Madre Oriental. Un lugar salido de la surrealista mente de un personaje excéntrico y singular que un buen día, decidió hacer realidad sus delirantes quimeras levantando, entre palmeras, musgos y cataratas, uno de los lugares más insólitos que se pueden encontrar en nuestro planeta.Para contaros un poco la historia de este lugar, extraigo el texto escrito por Natalia Tubau en su libro , obra de lectura obligatoria para todos aquellos amantes de estos lugares increíbles.
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¿Quién podría imaginar que en su delirio arquitectónico un ciudadano británico acabaría levantando una ciudad misteriosa en medio de la selva mexicana?El complejo construido por Edward James (1907-1984) parece un vestigio de una antigua civilización, pero no lo es. Las Pozas de Xilitla o Casa del Inglés, debe su nombre a las pozas o piscinas naturales del terreno, son el resultado del capricho surrealista de un aristócrata con casi tanta fantasía como dinero.
El complejo parece nacido de la materialización de los antiguos grabados de Piranesi, previamente pasados por los cuadros de Escher, la arquitectura precolombina y una pizca de orientalismo. Una especie de jardín fantasmagórico y deshabitado que emerge en el exuberante entorno de la selva de San Luis de Potosí. Está formado por extrañas construcciones que recuerdan a ruinas misteriosas e intrincadas, como si fueran los restos de una enigmática civilización perdida.
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Pasillo de las Siete Serpientes?, que simbolizan los siete pecados capitales que el hombre debe vencer.
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James, mecenas artístico (Dalí, Picasso, Man Ray, Leonora Carrington, Magritte y Stravinsky estaban entre los artistas a los que financió durante años) y probable nieto bastardo de Eduardo VII, descubrió el paraje y concibió el proyecto durante unas vacaciones en la selva mexicana. El paso siguiente fue adquirir 30 hectáreas de terreno, un antiguo cafetal, y dedicar más de dos décadas a hacer realidad su alucinado sueño. Según sus propias palabras: “Construí el santuario para que fuera habitado por mis ideas y mis quimeras”.Levantó columnas que no sostienen nada, escaleras que no conducen a ninguna parte, puertas que se cierran o abren al aire, y tallas de piedra de formas caprichosas. Además, pobló su estrambótico paraíso selvático con animales salvajes en libertad. Solía pasear desnudo por sus posesiones, acompañado de una cohorte de criaturas domésticas. Tras su muerte, la selva ha iniciado la reconquista del terreno; el musgo y las lianas contribuyen también, a su anárquica e imprevisible manera.
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Para dar forma a toda aquella fantasía, James contó con la ayuda de tres personas. La primera fue Plutarco Gastelum, un indio que con el tiempo se convirtió en su amigo, ayudante y administrador, y que siempre se encargó de las cuestiones prácticas. Gastelum reclutó a un artesano local, el tallador José Aguilar, que realizó los moldes de madera a partir de los bocetos del propio James, que se utilizaron para el vaciado en cemento de las estructuras. Esta última fase de la tarea y su colocación fueron supervisadas por un arquitecto, Carmelo Muñoz Camacho. De forma ocasional, algunos albañiles nativos fueron contratados para colaborar en el levantamiento de las estructuras.También hizo falta mucho dinero tanto para adquirir los materiales como para hacerlos llegar hasta el lugar; según algunos cálculos, invirtió en el proyecto entre 5 y 7 millones de dólares.
La estructura más espectacular es la llamada Casa de los Peristilos, concebida por James con la idea de convertirse en su vivienda. Tiene 9 metros de altura y nunca llegó a verla terminada. Reformada, ahora es la residencia del nuevo propietario, el arquitecto Christopher H. L. Owen, y junto con dos de las estructuras secundarias, y que se consideran las obras cumbre de James, la Casa de las Plantas y el llamado Homenaje a Marx Ernst, forma parte de la zona privada, vedada al público.
Sir Edward James definió su obra como “una casa que tiene alas y en la noche canta“. Creo que no se puede definir mejor el lugar que como él lo hizo.
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Las manos del gigante, cuya finalidad es proporcionar paz al viajero que emprende este recorrido con el corazón puro y las manos limpias de pecado.
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“Templo de las Dos Columnas”, sus plintos son dos zapatos de astronauta y los rodea el esqueleto de una escalera helicoidal dividida en tres tramos, que son la alegoría de las edades del hombre: la niñez, la juventud y la edad adulta.
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